La
educación superior como bien de la sociedad, transformadora de la realidad,
preservadora de la ética y los valores, inspiradora de la búsqueda del bien
común, de la convivencia y del desarrollo sostenible, se ve avocada a entender
y aceptar los retos que plantea la constante transformación del mundo como un
compromiso ineludible para permanecer con calidad y pertinencia en el futuro;
dicho compromiso sugiere la adopción de una política que asegure
la calidad y pertinencia.
El concepto de calidad de la enseñanza
debería comprender las actividades y funciones básicas de: enseñanza,
aprendizaje, programas académicos, investigación, los estudiantes, la
infraestructura-equipamientos y proyección a la comunidad, la cual genera a su
vez actividades operacionales: evaluación de la calidad, la formación previa de estudiantes, capacitación docente,
renovación del currículo, estrategias pedagógicas, la gestión de recursos y el
uso creativo de las TIC.
Así mismo la calidad debe tener en cuenta
la capacitación constante del docente e investigador que demanda reconocimiento
social, financiero y la dotación de los medios para realizar su función. La
calidad de los planes de estudio exige colocar especial atención a la
definición de los objetivos de formación teniendo en cuenta el mundo laboral y
las necesidades de la sociedad, la revisión y adecuación de los métodos de
enseñanza, contemplar las posibilidades
que brindan las TIC, así como la
gestión de la participación en redes académicas y científicas
regionales, nacionales e internacionales.
El fomento a la interacción en redes del
conocimiento y la gestión de la cooperación internacional garantizan suplir el
déficit de acceso a la información y facilitan la comunicación e intercambio
cultural entre los pueblos, aspectos importantes para el desarrollo de la
educación superior que le permiten ayudar a reducir la brecha entre los países
desarrollados y aquellos en vía de desarrollo.
La educación superior de calidad debe
propender por la pertinencia social para poder aportar realmente a la solución
de los problemas y necesidades de la sociedad; la formación de la juventud con
grandes valores éticos, críticos y reflexivos que no solo llenen las
necesidades del mercado, sino que propongan con creatividad y carácter ético
alternativas de solución a los conflictos de inequidad social de su país.
Las Instituciones de educación superior
deben promover las transformaciones que demanda la sociedad de índole
económico, cultural, político o social, trabajando con creatividad y
transparencia, colocando a sus estudiantes como centro de su quehacer,
despertando en ellos el pensamiento crítico y el deseo de contribuir a la
transformación de su realidad.
No menos importante es mencionar que las
universidades deberán desarrollar la investigación creativa no epistemológica,
ni supeditada a los condicionamientos de corporaciones que le inyecten capital,
las cuales coartan la libertad y limitan los beneficios de la misma a sus
intereses particulares, proyectándose a
la comunidad, interviniendo en el mundo del trabajo, la producción y el estado.
EL
MODELO DE EDUCACIÓN VIRTUAL.
Se ha asumido siempre que la mejor forma
de educarse es recibiendo la formación presencial, sin embargo, la era de la telemática en la que vivimos
conduce a la educación a una serie de transformaciones en las modalidades de
enseñanza.
Si bien se considera la formación
presencial como la única que motiva y refuerza el interés del alumno hacia la
actividad de aprendizaje, por la cantidad de refuerzo que ofrece el contexto en
el que se desarrolla, actualmente dicha
consideración se refuta a través de las nuevas e infinitas posibilidades que se
abren al adoptar el modelo de educación virtual que exige la adecuación y
adaptación de los procesos educativos hacia el uso de las nuevas tecnologías.
La
tecnología aplicada a la educación facilita la formación permanente del
profesional actualizado y listo para tiempos de cambio, y el abanico de
posibilidades en modalidades formativas que abren pueden utilizarse tanto en
ambientes de educación presencial, a distancia o virtual.
Ahora bien si la tecnología se utiliza en
estos tiempos más que nunca en la mayoría de los ambientes educativos,
inclusive en el presencial, es un desafío dejar de hacer lo mismo con lo nuevo;
esto conlleva a considerar superar los modelos de educación transmisionistas y
convencionales, por aquellos que desarrollen la creatividad, el saber qué hacer
con la amplia información a la que tiene acceso, y el saber aplicarla en su
campo de acción con ética y eficiencia.
El dilema entonces es de carácter
pedagógico y didáctico, los beneficios del manejo de las TIC en la educación están
más que en el despliegue tecnológico y
potencialidad técnica, en el modelo de enseñanza en el que se apoyen, la
relación estudiante-docente, en la manera de entender la enseñanza. Se trata
entonces de encontrar un equilibrio entre las posibilidades que brinda la
tecnología y las redes y las posibilidades que el sistema educativo puede poner
en juego.
Las bondades de una u otra modalidad de
educación se están valorando en términos de cuál permite que quien se educa
desarrolle el pensamiento crítico y reflexivo necesario para enfrentar los
cambios en el mundo contemporáneo.
Aunque la modalidad presencial genera
espacios y motivación al estudiante, no se puede negar que la educación virtual
y a distancia permite ampliar el acceso a la educación a más personas sin
distinción de edad o condición económica, el estudiante de la educación virtual
o a distancia no tiene presente al docente, para imitar o tomarlo de modelo,
solo es el mismo, con sus experiencias personales, de trabajo, sus sentidos,
busca por sí mismo la información, reflexiona, observa, aplica el método
investigativo lo que le permite participar activamente en el intercambio de
ideas y de conocimiento elemento que debe estar presente en esta modalidad.
Sin embargo todavía se le da
preponderancia a la formación profesional, la priorización de la memorización sobre la reflexión y el examen como la única
forma de valorar el conocimiento, lo que ha generado estudiantes y profesores
con espíritu contrario al espíritu académico, pasivos, indiferentes, desapegados a cualquier
esfuerzo intelectual, carentes de capacidad de asombro, sin iniciativa y sin
deseos de participar en las cuestiones académicas.
La tecnología está
y estará cada vez más presente en la vida del hombre y en sus actividades de
desarrollo, el reto es estar preparado para los cambios que esto define. La
educación superior deberá formar un profesional para un mundo inteligente en el
cual todas las organizaciones públicas, privadas, con o sin ánimo de lucro
tendrán que ser empresas dispuestas a aprender y enseñar. La educación como herramienta
para el desarrollo de la cultura debe llegar a todas las comunidades para
buscar alternativas que influyan positivamente en ellas. Asi pues el modelo de
educación virtual propone superar las barreras de tiempo y espacio y la
necesidad de una educación netamente presencial. Con este concepto la
democratización de la educación deja de ser un sueño en nuestras regiones para
convertirse en realidad brindada por la tecnología a las funciones de docencia,
investigación y extensión dándole un valor agregado que es formarlo para lo
laboral con la integración de universidad empresa.
El siglo XXI
es el siglo de las paradojas, lo cual obliga a los que estamos en el mundo
globalizado a desarrollar un alto sentido de la orientación. . El valor de todo
lo que ha producido la capacidad creadora del hombre depende ahora del
desarrollo de su capacidad de orientación.
No hay ninguna duda, por ejemplo, de la
incidencia definitiva de la cultura de la conectividad a escala mundial que
hace de las personas, ciudadanos de la aldea planetaria, con acceso a las
soluciones que se ofrecen desde muy diversas perspectivas en el mundo. Esta
cultura es decisiva para que una sociedad nacional, regional o local pueda
ingresar a la sociedad de conocimiento y construir una estructura productiva
sólida, superando toda suerte de restricciones.
LA
AUTONOMIA DE LAS UNIVERSIDADES
La autonomía
es un concepto que adquiere varios significados dependiendo del contexto
histórico y regional dentro del cual este la universidad. Mientras que la
autonomía en algunos países significa libertad académica en la situación
particular de América Latina y el Caribe significa la conquista de la sociedad
ante el estado y la lucha histórica de la distribución del poder. La autonomía
es en esta región un elemento nodal de la vida de las instituciones públicas de
enseñanza superior.
Hasta la
movilización social y popular en Córdoba, Argentina, en 1918 no se había notado
algún deseo de transformación de la realidad de la universidad, estática hasta
ese momento. Se puede decir fue el inicio del movimiento por la autonomía
universitaria como tal. El movimiento reformista implicó la primera
confrontación entre estos sectores e hizo evidente la necesidad de crear nuevos
esquemas en los cuales la universidad jerárquica, conservadora, enquistada y
enclaustrada pudiera transformarse en una universidad partícipe y responsable
de su contexto.
A partir de
este movimiento, se reconoció que la autonomía universitaria era un requisito
indispensable para el auténtico ejercicio del quehacer universitario. Como
parte de las demandas de 1918 se exigió "el reconocimiento del derecho de
la comunidad universitaria a elegir sus propias autoridades, sin interferencias
extrañas; la libertad de cátedra; la designación de los profesores mediante
procedimientos puramente académicos que garantizaran su idoneidad; la dirección
y gobierno de la institución por sus propios órganos directivos; la aprobación
de planes y programas de estudio; la elaboración y aprobación del presupuesto
universitario, etcétera. Incluso se llegó a recomendar la búsqueda de un
mecanismo que permitiera a la universidad el autofinanciamiento con el fin de
evitar presiones económicas por parte del Estado o de las otras fuentes de
ingresos". Poco tiempo después, se sumó a estos puntos el principio de la
inviolabilidad de los recintos universitarios. A partir de allí la autonomía
dejo de ser un requerimiento meramente formal para convertirse en un anhelo y
necesidad intransferible de la universidad latina y del Caribe.
En las
décadas siguientes, particularmente en los años cincuenta la universidad empezó
a transformarse a raíz de la expansión de la matrícula, las nuevas demandas del
mercado laboral, la multiplicación de universidades y el papel asignado a éstas
como instituciones desde las cuales se debían promover los objetivos de
desarrollo y crecimiento económico. En cuanto a la autonomía, en estas décadas
las universidades más importantes de América Latina aceptaron mantener un
vínculo de control y supervisión del Estado, por lo menos con respecto a las
políticas más generales hacia la educación superior. No obstante, también hay
que decir que los derechos incluidos en el concepto y en las prácticas de la
autonomía pretendieron mantenerse siempre desde el sentir, el parecer y la
vocación de las comunidades universitarias.
En los
ochenta las transformaciones
estructurales, sociales económicas y políticas que se impusieron en América
Latina implicaron cambios en el ámbito educativo. Desde entonces la revolución
científica y tecnológica hizo más accesible y poderoso al conocimiento. Las nuevas tecnologías y su aplicación al
desarrollo de la producción, las finanzas y los servicios, entre otras áreas,
impusieron un ritmo vertiginoso a los asuntos humanos.
En este
contexto, la economía mundial ha reemplazado gradualmente al capital físico por
el conocimiento como principal fuente de riqueza. Ello ha implicado que la
educación se consolide como una fuente estratégica de las posibilidades de un
nuevo desarrollo social y económico. Las instituciones de educación superior,
por su parte, se han convertido en fuerzas motoras del nuevo orden mundial en
la medida en que producen y difunden conocimientos asociados a la solución de problemas
nacionales, al aumento de la productividad, al bienestar social y a la equidad,
por lo menos aquellas que han sabido entender los tiempos que corren y, en
consecuencia, se han actualizado de manera, en ocasiones, sorprendente.
LA
AUTONOMIA DE LA UNIVERSIDAD EN LA ACTUALIDAD
La
internacionalización del conocimiento, el uso de la tecnología como medio para
tener acceso a este, y la globalización
son aspectos que afectan la autonomía de las universidades en América Latina
sino están preparadas para manejarlos a favor de la educación superior y las
sociedades. Se requiere asumir el cambio
generado por la globalización sin convertir a las instituciones de educación
superior en meros apéndices instrumentales de los criterios económicos en boga.
La inserción de la universidad en el contexto actual debe regirse por un orden
de prioridades propias, vinculadas a las necesidades de la comunidad a la cual
pertenece. En ese sentido, la autonomía implica hoy más que nunca estar
presentes en el ámbito nacional e internacional para poder defender desde estos
escenarios interculturales los intereses y valores de nuestros países.
América Latina y el Caribe tienen en sus
universidades la mejor garantía para tener acceso a la revolución científica y
tecnológica sin hipotecar su propio futuro. En nuestros países no parece haber
otra ruta, salvo que se quiera sustituida por la burda imitación o la compra
ingenua de tecnologías producidas en otras geografías.
Los retos del
mundo contemporáneo son muchos la autonomía
de las universidades se sostendrá en la medida en que estas sorteen el
equilibrio entre apertura y la identidad.
El desafío
está en gestionar la cooperación entre instituciones y sectores sin abandonar
el carácter de libertad que debe envolver su quehacer académico y a su ejercicio basado en las nociones de transparencia y responsabilidad
social.
El concepto de autonomía de
la universidad debe entonces re significarse para afirmarse y dinamizarse. La
universidad debe confirmar su presencia en la sociedad para llegar a ser la
base donde se articulen el desarrollo económico, social, cultural y político.
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